Si algo nos ha enseñado la experiencia es que cuando un tipo metódico, que va siempre de traje y tiene fama de ser implacable dice “me retiro”, las cosas se van a poner interesantes. Carlos Tavares, el ejecutivo que ha estado reventando costes y ejecutando planes de “optimización” con la precisión quirúrgica de un asesino profesional, ha decidido que ya es hora de colgar el traje de CEO de Stellantis. Y no, no ha sido por ninguna venganza personal.
El portugués, que ha estado dando más guerra en Bruselas que un abogado cafeinómano en día de juicio, deja el conglomerado automovilístico en plena batalla contra la electrificación forzosa de la UE. La pregunta del millón no es solo por qué se va, sino qué cojones va a pasar ahora con el mastodonte que ha creado.
El legado del ‘cost killer’: cuando los números importan más que la pasión
Carlos Tavares llegó a PSA cuando la marca estaba más muerta que el diesel en California. La resucitó a base de recortes tan precisos que harían llorar a un cirujano plástico. La fusión con FCA para crear Stellantis fue su obra maestra: de repente, tenía bajo su mando un imperio que iba desde el Fiat 500 hasta el Jeep Wrangler, pasando por Peugeot, Citroën, Alfa Romeo y media docena más de marcas que, sobre el papel, deberían haberse llevado como el aceite y el agua.
La realidad post-fusión: cuando el Excel mata la magia
¿El resultado? Un conglomerado que funciona con la precisión de un reloj suizo… fabricado en China. Tavares ha conseguido que las cuentas cuadren mejor que el tetris, pero a qué precio. Alfa Romeo compartiendo plataforma con Peugeot es como meter a Pavarotti a cantar reggaeton: puede que venda, pero algo se muere por dentro.
La obsesión por la estandarización ha llevado a situaciones tan surrealistas como ver motores PSA en modelos que cuestan más que un riñón en el mercado negro. Y no, no es que sean malos motores, pero cuando pagas por un premium esperas algo más que un propulsor que también mueve una furgoneta de reparto.
La guerra con Bruselas: cuando David se pone chulo con Goliat
Aquí es donde Carlos Tavares se ha coronado como el azote de los burócratas. Ha estado soltando verdades más gordas que un libro de física cuántica sobre la transición eléctrica. “No podemos electrificar Europa en 2035 sin consecuencias sociales apocalípticas”, dijo una vez. Y aunque suene a speech de villano de Marvel, el tío tiene sus puntos.
Los números no mienten: la infraestructura de recarga es más escasa que un Porsche en un barrio obrero, los precios de los eléctricos siguen por las nubes, y la clase media está más preocupada por llegar a fin de mes que por salvar el planeta. Pero en Bruselas siguen empeñados en su cruzada verde como si tuvieran acciones en Tesla.
El problema de la calidad: cuando el low cost se disfraza de premium
La estrategia de compartir plataformas ha sido como intentar hacer pasar hamburguesa de McDonalds por wagyu: algunos se lo tragan, pero los entendidos notan la diferencia. Los problemas de calidad han sido más constantes que las quejas de un vecino jubilado, especialmente en las marcas premium que esperaban mantener su ADN mientras usaban vísceras prestadas.
El futuro inmediato: la resaca post-Tavares
El próximo CEO de Stellantis heredará:
- Una transición eléctrica más complicada que explicarle física cuántica a un gato
- Marcas premium pidiendo independencia como adolescentes rebeldes
- Una UE que sigue en su mundo paralelo donde todos conducimos Tesla
- Sindicatos más cabreados que un vegano en una barbacoa
Las consecuencias para la industria europea
La salida de Carlos Tavares es como quitar la última carta de un castillo: nadie sabe si todo se vendrá abajo o si milagrosamente se mantendrá en pie (de momento las acciones se han desplomado). La industria europea está en un momento crítico: entre la invasión china de eléctricos low-cost y la obsesión regulatoria de Bruselas, necesitamos más que nunca voces que digan las cosas claras, aunque sea a hostias.
Conclusión: el fin de una era
Carlos Tavares ha sido ese profesor hijo de puta que todos odiábamos pero que, años después, reconocemos que tenía razón en casi todo. Ha conseguido que Stellantis sea rentable cuando media industria está más roja que un Ferrari, y ha mantenido vivas marcas que deberían estar más muertas que los planes de pensiones de los millennials.
Su sucesor heredará un grupo automovilístico que necesita equilibrar calidad, electrificación, rentabilidad e identidad de marca. Todo esto mientras la industria europea juega al Hunger Games contra China, Tesla y su propia obsolescencia programada.
Lo único seguro es que Carlos Tavares no se retira para irse a jugar al golf. Los tipos como él no se jubilan: solo cambian de trinchera. Y mientras tanto, Stellantis tendrá que demostrar si puede sobrevivir sin su particular John Wick al volante.
Porque en esta industria, como en la vida misma, no es cuestión de si vendrán tiempos difíciles, sino de cuánto tardarán en llegar, y sin Carlos Tavares para repartir hostias como panes, la cosa promete ser más entretenida que una temporada de Drive to Survive.
Jose Manuel Miana es un culo inquieto amante del motor. Su filosofía es que nada es perfecto. Cuando no habla de coches, está aprendiendo sobre negocios y marketing.