
El Gobierno se ha sacado de la manga un plan brillante: cobrarte por circular. Sí, a ti. Que ya pagas impuestos por el coche, por la gasolina, por el aparcamiento y hasta por respirar cerca de una carretera. Ahora resulta que eso no basta. Que el Estado necesita más, y como no saben cómo cuadrar las cuentas sin enfadar a sus amigos de la bici y el patinete, han decidido que los coches son el chivo expiatorio perfecto. Otra vez.
¿La excusa esta vez? Que es “injusto” que el mantenimiento de las carreteras lo paguemos todos. Como si no lo estuvieras pagando tú, conductor, con creces. Como si no fueran precisamente los conductores quienes sostienen, vía impuestos, el 90 % del sistema. Lo peor no es solo el sablazo en sí. Lo peor es cómo lo están vendiendo: como una medida moderna, ecológica y progresista. Cuando en realidad es la misma mierda de siempre, pero con brilli brilli y ecoresiliencia.
Nos quieren cobrar por lo que ya pagamos (y de sobra)
Vamos a dejarlo claro desde el principio: en España ya se pagan entre 26.000 y 27.000 millones de euros al año en impuestos relacionados con la carretera. Solo por los carburantes, el Estado se lleva 12.000 millones en el Impuesto Especial de Hidrocarburos y otros 3.900 en IVA. Súmale los casi 4.000 del impuesto de circulación (el IVTM), los 2.400 del nuevo sablazo al diésel, más peajes, más multas, más todo.
¿Y cuánto cuesta mantener las carreteras del Estado? Unos 3.100 millones al año. Es decir: con todo lo que se recauda, podríamos asfaltarlas con oro, poner climatización en los túneles y fuentes de Aquarius en las áreas de servicio. Pero no. No hay dinero. Nunca lo hay.
¿Dónde va todo ese dinero entonces? Buena pregunta. Lo que está claro es que no vuelve al asfalto, porque muchas de nuestras carreteras siguen teniendo baches del siglo pasado. Pero en lugar de revisar en qué se está despilfarrando lo que ya nos sacan, han decidido inventarse un nuevo impuesto: 3 céntimos por kilómetro recorrido, y para los profesionales, como transportistas o camioneros, hasta 14. A ellos, por si no tenían bastante ya.
El mantra de “quien más usa, más paga” es una trampa
La justificación suena bien en la tele: “quien más use las carreteras, más debería contribuir a su mantenimiento”. Tiene lógica… hasta que te acuerdas de que ya lo estamos haciendo. El conductor medio español ya paga cada año más de 1.000 euros solo en impuestos ligados al uso del coche. Cada litro de gasolina lleva un 60 % de impuestos. Cada kilómetro ya lo pagas con el combustible. No es que uses las carreteras gratis: es que las pagas a precio de autopista alemana y te dan servicio de república bananera.
Lo de pagar por kilómetro no sería tan sangrante si viniera con una rebaja equivalente de otros impuestos. Si dijeran: “vale, te cobramos por usar la autovía, pero te quitamos el IVTM” o “bajamos el impuesto de hidrocarburos”. Pero no: esto es un suplemento, no un reemplazo. Es como si tu gimnasio te cobrara otra mensualidad aparte solo por usar las pesas.
Luego está la parte moral del asunto, porque cuando dicen “es que lo pagamos todos y no es justo”, lo que realmente están diciendo es que quieren hacerte pagar aún más a ti, que necesitas el coche para currar, para llevar a los críos al cole, o para ir al médico en un pueblo donde no hay ni autobús. Que le jodan al conductor, que total, contamina y va solo.
Todos pagamos, pero tú pagas dos veces (o tres)
La gran trampa del nuevo peaje no es solo que lo disfracen de justicia social. Es que encarecer el transporte por carretera tiene consecuencias para todos, incluso para el urbanita de piso céntrico que presume de ir en patinete eléctrico. Porque el 95 % de lo que consumes (ropa, comida, Amazon, medicamentos) llega en camión, y si subes el coste de circular, sube todo lo demás.
No es solo un impuesto contra el conductor: es un impuesto contra la economía entera, y eso lo vas a notar tú, lo va a notar tu abuela en el súper y lo va a notar cualquier autónomo que dependa de su coche para ganarse la vida.
Además, en zonas rurales, donde no hay metro, ni bus, ni carsharing, esta medida es directamente una sentencia de muerte. Si tienes que hacer 30 kilómetros diarios para trabajar o llevar a tus hijos al instituto, este peaje invisible te cruje vivo. Porque no hay alternativa, y para colmo, te dicen que es lo justo. Luego tenemos los lloriqueos porque «Es que la España vaciada».
Estafa camuflada de buenas intenciones
Si de verdad este Gobierno necesita dinero para arreglar las carreteras (y lo necesita), lo tiene fácil: que deje de malgastar lo que ya recauda. Que invierta con cabeza. Que acabe con los contratos inflados, los sobrecostes, los rescates de autopistas fallidas y las chapuzas a precio de oro. Que lo recaudado sea primeramente impuesto finalista, y ya si sobra se reparta, no al revés. Pero no. Es más fácil apretar aún más al que ya paga sin rechistar.
Nosotros no tragamos. No tragamos con el discurso de la equidad, ni con el disfraz ecológico, ni con la trampa contable de los tres céntimos. Si el Estado no es capaz de mantener la red viaria con 26.000 millones de euros, lo que necesita no es más dinero: necesita una auditoría, un espejo y un poco de vergüenza.
Mientras tanto, aquí estaremos. A pie de asfalto. Denunciando cada nueva sacada de cartera con mala baba, porque ya basta de ordeñar al conductor como si fuera una vaca infinita. El coche no es el enemigo. Es el que mantiene en movimiento a España, y lo mínimo que merece es un poco de respeto.
Comprueba los datos según la investigación llevada a cabo con Perplexity:
Jose Manuel Miana es un culo inquieto amante del motor. Su filosofía es que nada es perfecto. Cuando no habla de coches, está aprendiendo sobre negocios y marketing.