
Pues ya está. Se acabó. El Congreso de los Diputados ha votado en contra de prorrogar el plan MOVES III, el programa de ayudas para la compra de vehículos eléctricos e infraestructuras de carga. 177 votos en contra frente a 171 a favor. Se cierra el grifo del dinero público para estos coches y, con ello, el objetivo del Gobierno de alcanzar 5,5 millones de eléctricos en 2030 queda más en el aire que nunca.
¿Y ahora qué?
El lobby del coche eléctrico ya está con las manos en la cabeza. Las ventas de eléctricos en 2023 apenas llegaron al 6% del total y, sin las ayudas, la cosa no pinta mejor. Los fabricantes, eso sí, pueden respirar un poco más tranquilos porque el 90% de lo que se produce en España se exporta a mercados como Francia, Alemania o Reino Unido. Aunque, ojo, porque en esos países también empiezan a verse cambios en la estrategia eléctrica. El viento ya no sopla tan a favor.
Pero vamos a lo importante: ¿qué significa esto para el ciudadano de a pie? Pues que si quieres un coche eléctrico, ahora lo vas a pagar tú solo. Sin «regalitos» del Estado. Y quizás sea lo mejor. Al final, un producto debe ser competitivo por sí mismo, no depender de inyecciones artificiales de dinero público para que la gente lo compre. Tesla, por ejemplo, ha ido bajando precios sin necesidad de subvenciones millonarias. ¿Por qué los demás no pueden?
El cuento de la movilidad sostenible
La mejor movilidad sostenible es la que no se necesita. Pero cuidado con los iluminados que predican desde su atalaya que el currante debería ir en bici al polígono a 10 km de su casa «porque es más sano 🤗» o que perder dos horas de vida esperando al autobús a la intemperie es genial porque «en el bus caben 50 personas y te relajas leyendo un buen libro». A ver, señor urbanita desconectado de la realidad, algunos tenemos horarios que cumplir y familias a las que ver. No podemos permitirnos ese lujo de «disfrutar del trayecto» mientras nos congelamos o sudamos como pollos.
La movilidad debe adaptarse a las necesidades de la gente, no imponer dogmas que solo funcionan en ciertos contextos. El coche eléctrico puede ser una solución, claro, pero no la única. Y, desde luego, si su viabilidad depende de que todos pongamos dinero en la hucha común para que unos pocos se lo puedan permitir, igual el problema es otro.
Conclusión: Venga, a competir de verdad
Ahora veremos de qué pasta está hecha la industria. Sin ayudas, los eléctricos tendrán que ser atractivos por sí mismos, sin trampas ni subvenciones. Más autonomía, mejor infraestructura de carga, precios razonables… en definitiva, lo que llevamos pidiendo desde el principio. Y si no pueden competir en el mercado real, pues lo mismo hay que replantearse si eran tan buena idea como nos vendieron.
Se acabaron los brindis al sol. Bienvenidos al mundo real.
Jose Manuel Miana es un culo inquieto amante del motor. Su filosofía es que nada es perfecto. Cuando no habla de coches, está aprendiendo sobre negocios y marketing.