
Hay decisiones que parecen sacadas de una peli de Monty Python, y luego está la Unión Europea, ese vivero de burócratas que legislan con la lógica de un chimpancé aporreando un teclado. Su última genialidad no la han parido en un laboratorio ni en un centro de investigación de materiales, sino en alguna oficina con café de máquina y aire acondicionado: prohibir la fibra de carbono. Así, a pelo.
Resulta que este material, utilizado en coches deportivos, aeronáutica y hasta en bicicletas de alta gama, no es lo bastante ecológico para los burócratas de Bruselas, porque cuesta reciclarlo. Que sí, que cuesta reciclarla, pero también cuesta reciclar a un político inútil y aquí estamos, aguantando en lugar de sacarlos a patadas de Bruselas. Pero como ellos tienen que justificar sus sueldos de cinco cifras con dietas aparte, pues ale, otra norma absurda más a la colección.
Avances que nos hacen retroceder

La fibra de carbono no solo hace que los coches pesen menos, sino que mejora su rigidez estructural, su eficiencia y, en caso de impacto, puede salvar vidas. Pero como no encaja en el Excel de «materiales reciclables según directiva X del reglamento Y sobre sostenibilidad Z», pues a la hoguera.
Seamos serios: el peso es el enemigo número uno de la eficiencia. Si haces un coche más ligero, necesitas menos energía para moverlo. Eso sirve tanto para un Ferrari como para un patinete eléctrico. Pero claro, esto exige comprender el concepto de energía cinética, cosa que parece fuera del alcance de buena parte del funcionariado comunitario, como tampoco lo está el que en sus cabecitas entre el concepto de que a más trabas, menos avances, menos innovación, menos industria.
Los nuevos inquisidores del placer automovilístico

La UE ha pasado de regular para proteger al consumidor a legislar para anularlo, despojarlo, domeñarlo. Todo coche que transmita emociones, que suene, que gire con nervio, que vibre con vida, está bajo sospecha. El placer al volante es pecado capital, y ellos, desde sus despachos insonorizados, son los nuevos inquisidores. El rugido de un V6 es anatema. El olor a embrague, herejía. Y el diseño agresivo de un coupé, una amenaza a la igualdad vehicular. El campesinado no merece cosas bonitas.
Jet privado y etiqueta ECO

Mientras tanto, ¿cómo viajan los paladines de la sostenibilidad? Pues como Dios manda: en jet privado. A la última cumbre climática celebrada en Brasil acudieron cientos de delegaciones oficiales en vuelos privados, muchos de ellos con sus propios vehículos blindados y transportados por separado. Y para montar la zona VIP de la próxima, que será en Brasil, lo mejor: talaron parte de la selva amazónica para hacerles una carretera de acceso a sus señorías. Para que los que hablan de deforestación tuvieran espacio donde brindar con champán orgánico sin agobios. Eso es coherencia, sí señor.
Claro, todo muy justificado: huella de carbono compensada con «bonos verdes». Un invento maravilloso que permite contaminar a placer siempre que alguien plante un bonsái en tu nombre en Lituania. El equivalente ecológico a comerte una hamburguesa triple con extra de bacon y pedir una Coca-Cola Zero.
Prohibido disfrutar

La realidad del ciudadano es otra. Si tienes un coche con más de diez años, estás marcado. No puedes entrar en el centro, no puedes aparcar, no puedes circular ciertos días. Aunque esté bien mantenido, aunque no falle, aunque te lo hayas comprado con el sudor de tu frente, aunque pagues tantos impuestos como los demás, y más que los políticos, que tienden a cero. El pecado no está en el estado del coche, sino en su fecha de nacimiento y en tu poder adquisitivo.
Y si además tienes la osadía de conducir algo con carácter, algo que suene, algo que conecte con tu espíritu gasolinero… entonces ya eres poco menos que un criminal medioambiental. Hay un relato que está intentando imponer la idea de que disfrutar de un coche es una actividad moralmente reprobable.
Dunning-Krueger con corbata

Y aquí es donde entra la teoría de Dunning-Krueger, esa joya psicológica que dice que cuanto menos sabes de un tema, más crees que lo dominas. La Unión Europea está llena de estos personajes: gente que no distingue un eje rigido de una barra estabilizadora pero se cree con la autoridad para dictar el futuro de la automoción.
No han pisado un taller en su vida. No saben cómo funciona una caja de cambios. No entienden lo que implica diseñar un chasis, calcular una rigidez torsional o equilibrar el peso de un tren delantero. Pero legislan. Y mucho. Porque pueden. Y porque su ignorancia está blindada por un batallón de asesores que tampoco entienden una mierda porque normalmente son sus amigotes y no personas cualificadas.
El coche como chivo expiatorio

Es más fácil demonizar al coche que enfrentarse al verdadero problema: una política industrial dependiente, una energía cara, un modelo urbano inviable y un sistema de movilidad que no funciona. Pero claro, eso requiere pensar, invertir, planificar. Así que lo más sencillo es decir que el malo es tu SEAT León de 2008.
Que contamina. Que ocupa espacio. Que hace ruido. Que te da libertad. Y eso, amigos, es lo que molesta. Porque el coche es uno de los últimos reductos de libertad individual que quedan. No necesitas pedir permiso, no necesitas rutas preestablecidas. Subes, giras la llave (o aprietas el botón), y te vas.
Más libertad, menos estupideces

No se trata de negar el cambio climático ni de mirar hacia otro lado. Se trata de exigir coherencia, sentido común y, sobre todo, respeto por la inteligencia del ciudadano. Queremos un futuro sostenible, claro. Pero también queremos que ese futuro conserve la pasión, la libertad y la dignidad.
Queremos seguir oyendo un motor girar alto. Queremos que los coches sigan diseñándose con alma, no solo con aerodinámica de lavadora. Queremos variedad. Queremos que la fibra de carbono siga siendo parte del futuro, no una víctima del absurdo.
Y, sobre todo, queremos que si nos van a pedir sacrificios, los hagan también ellos. Que se bajen del jet, que se suban a un tren, que renuncien al coche oficial y que empiecen a aplicar para sí mismos las normas que nos imponen a los demás. A ver cuánto duran.
Hasta entonces, seguiremos con la cabeza alta y el dedo medio bien levantado.
Jose Manuel Miana es un culo inquieto amante del motor. Su filosofía es que nada es perfecto. Cuando no habla de coches, está aprendiendo sobre negocios y marketing.