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💣 El Green New Deal ha reventado la automoción europea: gracias por nada, Von der Leyen

José Manuel Miana

Ilustración crítica de la presidenta de la Comisión Europea. Se encuentra de pie con los brazos cruzados, vistiendo un traje rosa y una blusa blanca. Detrás, la bandera de la Unión Europea con estrellas amarillas sobre un fondo azul. Alrededor, vehículos eléctricos verdes y blancos con el símbolo del euro, representando la transición ecológica. En contraste, coches deportivos rojos y amarillos dañados y abandonados simbolizan el impacto en la industria automotriz tradicional. La imagen refleja una crítica a las políticas de transición energética.
JM Miana

Si alguien hubiese querido destruir el sector del motor en Europa (incluyendo la compraventa, los talleres, los mecánicos, los gasolineros y hasta al currante que solo busca un coche fiable sin arruinarse) no lo habría hecho mejor que la Comisión Europea. A la cabeza de esta fiesta: Ursula von der Leyen, tecnócrata sin calle ni volante, pero con más poder que una bomba fiscal. Una figura decorativa de laboratorio ecológico, tan alejada de la realidad que da instrucciones desde su coche oficial mientras luce un peinado con tanta laca que, si salta una chispa, el hongo se ve desde China.

El famoso Green New Deal, que suena a campaña de detergente “eco-friendly”, ha sido en realidad un ataque directo contra todo lo que huela a gasolina, motor, coche de segunda mano o sentido común. Aquí no creemos en paños calientes, así que vamos al grano. Sin filtros, sin vaselina y con nombres y apellidos.

Bruselas legisla desde su burbuja

La Comisión Europea cree que el continente es una réplica a escala de Bruselas: enchufes para eléctricos en cada esquina, transporte público de lujo y ciudadanos con sueldos nórdicos. Pero la Europa real es otra. Es la del comercial con un diésel de 300.000 kilómetros. La del mecánico de barrio. La de la familia que necesita un coche de 10.000 euros para ir al colegio, al trabajo y al pueblo.

Von der Leyen no representa esa Europa. Ni le importa. Legisla desde su torre de cristal, entre alfombras rojas y cumbres climáticas con vuelo privado. No pisa un taller ni por error, pero decide qué coches puedes comprar y dónde puedes circular. Su equipo se mueve en coche oficial con chófer, mientras exige a millones de europeos que lo cambien todo… por el bien del planeta, claro.

Esto no es transición, es exterminio térmico

El Green New Deal no ha planteado una transición ordenada. Ha impuesto un modelo único a base de prohibiciones, sanciones y miedo. Se ha fijado 2035 como fecha para la muerte del coche térmico, se han multiplicado las zonas de bajas emisiones y se han aprobado ayudas públicas solo para eléctricos que cuestan más que muchos sueldos anuales.

En lugar de promover la renovación gradual del parque móvil, han convertido al conductor medio en un apestado. Si tienes un diésel de 2015 en perfecto estado, pronto no podrás ni circular por tu ciudad. Si vives en un pueblo sin puntos de carga, te fastidias. El mensaje está claro: el coche eléctrico es para el que puede permitírselo. El resto, que se busque la vida.

Compraventa en la cuerda floja

Uno de los sectores más golpeados por esta histeria regulatoria es el de la compraventa. Un mercado que sostiene buena parte de la movilidad europea está siendo dinamitado por la incertidumbre legal, el caos normativo y la desconfianza del consumidor. Nadie sabe qué coche podrá circular dentro de tres años, ni si la inversión en un modelo térmico tendrá sentido mañana. Esto paraliza las operaciones, encarece lo poco que queda en buen estado y llena los anuncios de chatarra a precio de oro.

Muchos buenos coches acaban fuera de Europa, en mercados donde todavía se valora la fiabilidad por encima del postureo eléctrico. Aquí, mientras tanto, el comerciante legal pelea contra la desinformación, el regateo salvaje y unas normas que cambian cada seis meses según lo que diga un despacho en Bruselas.

La gran mentira ecológica

Nos han vendido que el coche eléctrico es la panacea. Pero basta mirar los datos sin pasarlos por el filtro verde para ver que ni son tan limpios, ni tan sostenibles, ni tan europeos como nos dicen.

Fabricar una batería contamina más que recorrer 100.000 kilómetros con un diésel moderno. El litio y las tierras raras se extraen arrasando ecosistemas enteros. La electricidad que alimenta estos coches muchas veces proviene del gas o del carbón, no del sol ni del viento. Y el reciclaje de baterías sigue siendo mínimo, costoso y altamente contaminante.

El humo no sale del tubo de escape, pero sí de la central térmica. Cambiar de sitio la contaminación no la elimina. Solo la esconde.

Bienvenidos, coches chinos

Mientras tanto, Europa ha abierto la puerta de par en par a los coches eléctricos chinos. Entran a precios por debajo de coste, gracias a subvenciones del Partido Comunista y una estructura de producción que se pasa las normas laborales por el forro. No cumplen ni la mitad de las exigencias que Bruselas impone a sus propios fabricantes, pero eso parece dar igual. China gana mercado, y Europa pierde industria.

Aquí cerramos fábricas, destruimos empleo y obligamos a nuestros fabricantes a reconvertirse a toda velocidad, aunque eso signifique despidos masivos, modelos peores o pérdida de competitividad.

Alemania también sangra

Ni siquiera Alemania se libra. El corazón industrial del continente empieza a fallar. Volkswagen, Mercedes y compañía han entrado en pánico. Cancelan modelos, despiden trabajadores, cierran plantas o amenazan con deslocalizar. La locomotora europea empieza a gripar, pero en Bruselas siguen soplando su flauta verde como si no pasara nada.

La Comisión ha olvidado que sin industria no hay Europa. Solo dependencia, pobreza y promesas huecas.

Esto no va de salvar el planeta

El problema no es la ecología. El problema es la impostura. Nadie se opone a mejorar el aire, reducir emisiones o innovar en movilidad. Pero esto no va de salvar el planeta. Va de imponer una ideología por decreto. Va de postureo, de negocio para unos pocos, de control, y de decirle al ciudadano medio que es culpable por tener coche.

Una verdadera transición habría incluido híbridos, biocombustibles, combustibles sintéticos, renovación progresiva del parque y seguridad jurídica para todos. Habría sido flexible, sensata y técnicamente sólida. Pero eso no luce en una rueda de prensa.

Conclusión: el Green New Deal es un error histórico

El Green New Deal no es futuro. Es un suicidio económico envuelto en papel reciclado. Una ruina para la industria del motor. Un ataque frontal al derecho a circular. Y una muestra de hasta qué punto una élite desconectada puede imponer medidas que arruinan a millones sin inmutarse.

Al mando, una presidenta de peinados nucleares, protegida por chóferes, sin haber comprado jamás un coche de segunda mano y completamente ajena a las consecuencias de sus decisiones.
Gracias por nada, Ursula. De verdad.

¿Tienes un coche térmico y no te avergüenzas?
¿Crees en la movilidad libre, sin dogmas ni postureo?
Entonces…

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